Devoradores de Almas
El mestizo errante
Francia, 1879. Atormentados por el pasado Lyam y Rowen se ven forzados a volver a París, después de haber estado distanciados por más de cuatro años, para resolver la desaparición de la familia del abad. La investigación los lleva a Elise, la única sobreviviente, cuyos recuerdos los guían a la feroz búsqueda de una poderosa y antigua reliquia, a través de la tierra mágica: hogar de hadas, elfos, gigantes y dragones. Todo para evitar el trágico final que se devela ante ellos.
El Mestizo Errante
Capítulo 1
La llegada
París, 1879
El melodioso repiquetear de las gruesas gotas de lluvia estrellándose contra las baldosas de las viejas residencias, y sobre el empedrado que meticulosamente recubría las avenidas centrales de París, era acompañado únicamente por el eco de las pesadas botas que resonaban a través de las estrechas y desoladas calles. Cada firme paso que daba el solitario viajero interrumpía en el profundo letargo que antecedía a una fría y húmeda mañana de domingo.
El joven hombre caminaba erguido, proyectando un porte señorial propio de la realeza o de la milicia, con una voluntad de hierro reflejada en cada paso que daba bajo la insistente lluvia. Avanzaba con determinación, ajeno a la densa oscuridad, las resbaladizas piedras, y los charcos que podrían haber amenazado con burlarse del equilibrio de cualquier otro hombre.
Lyam iba cubierto completamente por un pesado abrigo de cuero negro, cuyo cuello había elevado precavidamente para proteger sus oídos del agua; mantenía la cabeza discretamente gacha para evitar el viento cargado de diminutas gotas, que asemejaban pequeños fragmentos de cristal que herían sus ojos, mientras que su empapado sombrero poco podía hacer para protegerlo, escurriendo agua a canalillos.
El viento arremetió con fuerza, envolviendo al joven en un remolino de húmedas perlas heladas que lo obligaron a cerrar los ojos. Aferrándose a su abrigo con natural desesperación detuvo su andar indignado, y el retumbar de sus rotundas pisadas se silenció abruptamente. Abrumado por la helada brisa maldijo entre dientes, y se permitió sacar un delgado puro del interior de su abrigo, llevándolo a sus labios con manos temblorosas.